Para los despistados -espero que no haya ninguno- hablo de discutir, no de reñir. Para reñir casi no hace falta utilizar el cerebro. Para discutir hace falta casi entero. Eso, y mirarse a los ojos.
jueves, 28 de julio de 2011
Plato de pasta fresca
Para los despistados -espero que no haya ninguno- hablo de discutir, no de reñir. Para reñir casi no hace falta utilizar el cerebro. Para discutir hace falta casi entero. Eso, y mirarse a los ojos.
jueves, 21 de julio de 2011
Las flores son tan contradictorias...
Y ella, que había trabajado con tanta precisión, dijo bostezando:
- ¡Ah! acabo de despertarme... Le pido perdón... Estoy todavía toda despeinada...
El principito, entonces, no pudo contener su admiración:
- Verdad que sí -respondió dulcemente la flor-. Y nací al mismo tiempo que el sol...
El principito comprendió que no era muy modesta, ¡pero era tan conmovedora!
- Es la hora, creo, del desayuno -había agregado poco después-, tendría la bondad de pensar en mí...
Y el principito, todo turbado, buscando una regadera con agua fresca había atendido a la flor.
- ¡Ya pueden venir, los tigres, con sus garras!
- No hay tigres en mi planeta -había objetado el principito-, y además los tigres no comen hierba.
- Yo no soy una hierba-, había respondido suavemente la flor.
- Discúlpeme...
- No temo en absoluto a los tigres, pero tengo horror a las corrientes de aire. ¿No tendría usted una pantalla?
- A la noche me pondrá bajo un globo. Hace mucho frío en este lugar. Está mal acondicionado. Allá, de donde vengo...
Pero se interrumpió. Ella había venido en forma de semilla. No había podido conocer nada de otros mundos. Humillada por haberse dejado sorprender preparando una mentira tan ingenua, había tosido dos o tres veces para hacer sentir en falta al principito:
- ¿Y esa pantalla?...
- ¡Iba a buscarla pero usted me hablaba!
Entonces ella había forzado su tos para infligirle de todos modos remordimientos.
Así el principito, a pesar de la buena voluntad de su amor, pronto dudó de ella. Había tomado en serio palabras sin importancia, y se volvió muy desdichado.
"Debería no haberla escuchado -me confió un día-, no hay que escuchar nunca a las flores. Hay que mirarlas y olerlas. La mía perfumaba mi planeta, pero yo no sabía alegrarme con ella. Esa historia de garras, que me había irritado tanto, debería haberme enternecido..."
Me confió todavía:
"¡No supe entonces entender nada! Debería haberla juzgado por los actos y no por las palabras. Me perfumaba y me iluminaba. ¡Nunca debería haberme escapado! Debería haber adivinado su ternura detrás de sus pobres artimañas. ¡Las flores son tan contradictorias! Pero yo era demasiado joven para saber amarla."
El Principito, Capítulo VIII.
Antoine de Saint-Exupéry
lunes, 18 de julio de 2011
Ramo de orquídeas
Otra vez he vuelto a esa tienda a ver ropa y vestidos, de esos que se utilizan durante unos pocos meses con mucha ilusión, aunque esta vez tampoco iban a ser para mí.
Quizá la próxima vez tenga suerte y sea yo quien me los pruebe mientras sonrío y me brillan los ojos.
Quién sabe...
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Quizá la próxima vez tenga suerte y sea yo quien me los pruebe mientras sonrío y me brillan los ojos.
Quién sabe...
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lunes, 4 de julio de 2011
Caricias
El suave tacto de las manos extendidas o el leve roce de las puntas de los dedos. Un lenguaje silencioso y de textura nocturna, un idioma sin verbos, una canción compuesta por dos respiraciones a dúo.
Algunas noches me lanzo a recorrer tu piel sin una ruta planeada, sin dibujar mapas que me lleven por la orilla, sino mar adentro, a lo profundo del más absoluto de los silencios, porque cualquier palabra se me queda demasiado grande y ruidosa de tan cerca que estoy de ti.
Y es raro, pero a veces tengo la suerte de encontrar un nuevo rincón no explorado en el que fondear, a resguardo de las tormentas, hasta el siguiente cambio de Luna, en el que mis dedos me reclamen partir con la urgencia con la que se busca desesperadamente a un náufrago perdido -o encontrado, quién sabe- en su lejana isla dorada...
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Algunas noches me lanzo a recorrer tu piel sin una ruta planeada, sin dibujar mapas que me lleven por la orilla, sino mar adentro, a lo profundo del más absoluto de los silencios, porque cualquier palabra se me queda demasiado grande y ruidosa de tan cerca que estoy de ti.
Y es raro, pero a veces tengo la suerte de encontrar un nuevo rincón no explorado en el que fondear, a resguardo de las tormentas, hasta el siguiente cambio de Luna, en el que mis dedos me reclamen partir con la urgencia con la que se busca desesperadamente a un náufrago perdido -o encontrado, quién sabe- en su lejana isla dorada...
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