jueves, 18 de marzo de 2010

El Club de las Fotografías Literarias III

Las palabras se convirtieron en pompas de jabón, y no tuvieron ninguna oportunidad. Las fuimos explotando una a una con un simple movimiento de la mano, casi con desgana. No quedó ni rastro. Bueno, excepto por esa pequeña gotita de agua con jabón que cae cuando una pompa estalla en el aire. Eso quedó únicamente, un montón de pequeñas gotitas que cayeron a la mesa donde estuvimos todas esas horas. Algunas se evaporaron y otras sirvieron para que tuviéramos algo que hacer, al irlas extendiendo delicadamente con el dedo todo el tiempo que estuvimos allí. Para tener una excusa para no mirarnos a los ojos. Igual que esas parejas que comen en silencio en el restaurante, fingiendo estar tan ocupados con sus cubiertos y sus ojos clavados en la comida.

¿Te he contado que he vuelto a sacar fotos? No, no te lo he contado. Ya casi no hablamos más que del recibo de la luz y de lo que falta en la nevera. La intendencia, ese sí que es un tema socorrido. Le da una pátina de normalidad al vacío de la soledad que compartimos. Al fin y al cabo, hay que hablar de ello. Sirve para que incluso la convivencia más raquítica funcione a niveles básicos. Además, ¿para qué te iba a contar que he vuelto a sacar fotos? Ibas a fingir que te interesaba, olvidándolo un segundo más tarde. Y yo iba a fingir algo de entusiasmo al decírtelo. Fingir se ha convertido en una rutina. Forma parte del decorado en el que hemos convertido nuestra vida en común, hasta tal punto que he olvidado cuándo comenzamos a hacerlo, qué fue la última cosa en la que fuimos sinceros.

Lo que te decía... bueno, lo que te diría si aún te quisiera aunque fuera un poco, es que he ido a hacer algunas fotos a nuestro lugar especial, ¿lo recuerdas?. Ese lugar cerca del lago donde nos veíamos por la tarde, después de salir del trabajo. Donde charlábamos durante horas de las cosas más triviales, o donde nos desnudábamos el uno para el otro con palabras de una forma mucho más cruda e íntima que cuando lo hacíamos pero quitándonos la ropa en lugar de las barreras que tan bien nos fabricamos para proteger nuestros sentimientos de la intemperie de las miradas ajenas. Pero ¿qué ocurre si esos sentimientos desaparecen? ¿qué pasa si se vacía el centro pero la estructura permanece? Te lo diré... bueno, te lo diría si me importara algo, te diría que lo que queda es lo que tenemos. Una casa que no es un hogar, una vida plana, un continente sin contenido. Un montón de atrezzo que sirve para mantener el tiempo sin duración. Y aquí estamos, te miro, me miras, pero siempre procuramos que no sea al mismo tiempo, no vayamos a coincidir, nos miremos a los ojos y todo salte por los aires.

Pompas de jabón
Mi cámara de fotos
Nuestro lugar especial

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