La noche no era el sueño, era su boca, era su hermoso cuerpo despojado de sus gestos inútiles.
Idea Vilariño.
Hace tiempo te estuve esperando en vano, sin saberlo. Pero no llegaste, así que empecé a despedirme de ti. Aquel adiós incluyó media vida, que pude dejar atrás cuando me desprendí del dolor de comprender que donde creía que había un hogar sólo quedaban las cenizas, ya frías, de un fuego pequeño y tenue.
Y entonces, cuando volvió a salir el Sol para descongelarme el alma, pensé otra vez en ti. Pero me quedaba por delante una larga travesía, que pareció no acabar nunca pero que por fin nos trajo hasta aquí, a esta casa, a este hogar cálido y brillante. Y te volví a esperar, esta vez con ansia, como se espera a alguien de pie con la puerta de la casa abierta, mirando constantemente a un lado y a otro del camino. Pero no llegaste.
Así que tuve que despedirme de ti por segunda vez.
En esa despedida, y sin esperarlo, comprendí que estaría bien sin que vinieras. Que no podía depositar mi felicidad en tus pequeños hombros, porque ese nunca sería su sitio. Que era capaz de hacer planes que no te incluyeran sin sentir nostalgia ni ese sabor amargo en la garganta porque de hecho ahora soy inmensamente feliz, y que mis huecos ya no contienen lágrimas sino aire que me vuelve esponjosa y ligera, como la risa cuando se comparte.
Es curioso. Ya no te necesito en absoluto.
Y has esperado que lo entendiera con la mente y con el corazón, has esperado a que yo estuviera lista, sin querer estarlo, para por fin ponerte en camino...
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