No puedo mostrarte una ecuación -aunque las haya preciosas- que indique su paradero, pero sí que hay conclusiones que el paso de los años hace caer al suelo como frutas maduras, y no hay que ser Newton para entender que la felicidad no es un objetivo, sino una consecuencia.
Y es que -si alguna vez lo hiciste- en tus primeros años te planteaste que la felicidad como la gran meta (estudiaré, encontraré un buen trabajo, me casaré, tendré hijos y alcanzaré la felicidad). El gran plan. El estado final, la tierra prometida. Luego el tiempo pasa y las cosas salen como salen, algunas veces porque cambias de opinión y otras porque ocurre algo que trastoca el devenir de los acontecimientos, creando un camino alternativo en la historia de tu vida.
Pero mientras tanto, tu vida pasa. Y no deberías quejarte. Ni hacerte la víctima.
Ni responsabilizar a otros. Ni obligar a que otros carguen con tu infelicidad con el pretexto de que un día firmaron un papel.
No hay que cavar en busca de ningún tesoro. Toda esa riqueza está ahí, al alcance de la mente. Toda la línea del tiempo está engarzada con pequeñas -o no tanto- joyas que brillan más cuanto más se las mira. Un beso, una copa de vino blanco y una conversación, un paseo por una ciudad nueva, el primer Sol de la primavera, un libro, una ecuación perfecta, redonda, increíble, que contiene un universo.
Abre los ojos, porque si no, no puedo mostrarte una ecuación -aunque las haya preciosas-...