Hacemos planes y estos cambian como si la realidad se hubiera vuelto loca. Puede que lo absurdo sea hacer planes, pero a veces son inevitables. Quizá el truco sea ser flexible como uno de esos regalices rojos que tanto me gustan. Un pequeño -o no tanto- reajuste y aquí estamos de nuevo, con el futuro en el aire, como un avión con el instrumento de navegación con alma de bromista, mirando por la ventanilla y esperando a averiguar en qué aeropuerto tocaremos tierra.
Aun así, nos miramos y sonreímos a la vez. Y al final eso es lo único que importa.
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