He de reconocer que me has desconcertado. Llegaste con la excusa del anonimato cómplice como refugio y te quedaste a tomar café como si estuvieras en tu propia casa. Lo malo es que tener mala memoria puede que haga falta para ser feliz, pero es un molesto problema a la hora de mantener personalidades múltiples si uno no es esquizofrénico. Y eso que en el fondo te entiendo, porque mira que yo la tengo mala también. ¿Ves?, en eso somos igualitas.
El caso es que ahora que ya nos hemos visto las caras, me he quedado fría. Y seguro que -tú sí- captarás lo irónico de la situación, porque no es lo mismo quedarse fría que helada. No puedo reprocharte nada, porque yo me hago absolutamente responsable de mis actos, de con quién hablo y en quién confío. Lo único que quiero a estas alturas es que desaparezcas de mi vida de la misma forma que entraste. Con elegancia. Sin acritud. Eso sí, solo deja que me atreva a darte un último consejo de camarada: si de verdad pasaste tanto frío -entiéndeme, la duda lo ha empapado todo- es mejor que no te deshagas aún de la ropa de abrigo.
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El caso es que ahora que ya nos hemos visto las caras, me he quedado fría. Y seguro que -tú sí- captarás lo irónico de la situación, porque no es lo mismo quedarse fría que helada. No puedo reprocharte nada, porque yo me hago absolutamente responsable de mis actos, de con quién hablo y en quién confío. Lo único que quiero a estas alturas es que desaparezcas de mi vida de la misma forma que entraste. Con elegancia. Sin acritud. Eso sí, solo deja que me atreva a darte un último consejo de camarada: si de verdad pasaste tanto frío -entiéndeme, la duda lo ha empapado todo- es mejor que no te deshagas aún de la ropa de abrigo.
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