No había garantías, era imposible que las hubiera. El hecho de que nos hubiéramos conocido y amado entonces no nos aseguraba que hoy, veinte años después, fuéramos a acabar aquí, frente a frente, con dos copas de cava chocando en el aire y brindando por lo afortunados que somos.
Y es que tú y yo no hablamos de garantías por escrito ni de promesas de amor eterno. Tú y yo hablamos de probabilidades y apuestas, quizá porque sabemos que no estaremos ni aquí ni en ningún otro lugar para siempre. Que no existe ninguna clase de eternidad.
Que lo que de verdad tenemos son momentos a los que dar peso y profundidad.
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