Nos hemos despertado al alba, hemos desayunado, hemos ido a darnos un baño en la playa y hemos comido. Y todo acabará cuando anochezca. Pero ahora son las cuatro de la tarde.
Puedes creer que lo tienes todo. Puedes tener una casa o dos, un buen trabajo, un grupo de amigos con quien compartir aficiones, buena salud. Una pareja con la que salir en las fotos. Y puede que eso te baste. Un mundo pequeño que aparentemente controlas, pero un mundo, al fin y al cabo.
Han pasado diez años desde que volví a reconocerme en un espejo. Diez años que, comparados con los diez anteriores, parecen una vida entera, ancha, rica y profunda, como las que se viven después de un largo coma. Recordé cómo se miraba hacia arriba y el mundo volvió a ser inconmensurable y hermoso. Todo eso ahora me resulta lejano y hace años que perdió su substancia, su consistencia pétrea y su sabor a ceniza y escombro.
Diez años en los que te llevo queriendo como no creía que sería posible querer a nadie. Diez años en los que me llevas queriendo como jamás habría pensado que nadie podría quererme.
Y sólo son las cuatro de la tarde.
Alguien dijo una vez que el pasado no cambia, sino la percepción que tenemos de él.
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