viernes, 13 de agosto de 2010

Ligeia

La intensidad de pensamiento, de acción, de palabra, era posiblemente en ella un resultado, o por lo menos un índice, de esa gigantesca voluntad que durante nuestras largas relaciones no dejó de dar otras pruebas más numerosas y evidentes de su existencia. De todas las mujeres que jamás he conocido, la exteriormente tranquila, la siempre plácida Ligeia, era presa con más violencia que nadie de los tumultuosos buitres de la dura pasión. Y no podía yo medir esa pasión como no fuese por el milagroso dilatarse de los ojos que me deleitaban y aterraban al mismo tiempo, por la melodía casi mágica, la modulación, la claridad y la placidez de su voz tan profunda, y por la salvaje energía (doblemente efectiva por contraste con su manera de pronunciarlas) con que profería habitualmente sus extrañas palabras.


Ligeia, relato corto de Edgar Allan Poe, 1838.
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2 comentarios:

  1. Con un final, extraño, enigmático, delirante, pero asombroso y fascinador, ¿quién sabe?

    Lo último...la rendición

    Besos

    María

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  2. Sí, eso es exactamente, querida.

    Un beso.

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