Pierdo fácilmente la costumbre de pasear por mi interior, aunque parezca que a veces me disuelvo detrás de mis ojos cerrados. Lo malo es que me urge hacerlo en los peores momentos, y entonces atravieso los caminos de mi cabeza justo cuando se llenan de minas saltarinas y de huecos traicioneros que hacen fallar el suelo bajo mis pasos. Ahora no estoy en esa urgencia, pero hay ratos que me llama esa especie de aventura no tan divertida... y es que me queda trabajo por hacer, a pesar de que me encuentre tan bien bajo el calor de ese Sol suave y constante que me relaja hasta adormecerme aunque nunca haya estado tan alerta.
La pelota se ha encalado de nuevo en mi tejado; sin embargo no tengo ganas de jugar. Ayer -como me aconsejó mi vieja amiga- me dormí intentando hacerle saber que sería bienvenida, pero tengo miedo de acostumbrarme a hablar con ella y que nunca me conteste, porque sé de intentos por oír la nada. Ni siquiera hablo del silencio, porque el silencio presupone la existencia de quien se calla. La nada, en eso consiste. La nada que forme otro de esos malditos huecos en mi interior que esta vez ni siquiera sea capaz de llenar con lágrimas.
Imagen de Toni Castillo en flickr.com
lunes, 16 de mayo de 2011
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Querida Orquidea,
ResponderEliminarTú habla, aunque tengas miedo, no te quedes jamás callada.Quizá, así de la nada, un día cuando menos te lo esperes, ese alguien te conteste.Llenando tu vida.
Si por un casual, no te llega a contestar, no importará, porque para ti, estará junto a ti, aunque no hable, estará a tu lado siempre.
Te mando un abrazo cargado de ánimo y fuerza.
Rebeca.
Me vas a perdonar pero esta vez no entiendo muy bien tu entrada. No sé si hablas de un dolor al que no puedes ponerle palabras o de algo más tangible. De todas formas, los agujeros a veces parecen más hondos vistos desde arriba. Si te metes, igual no te llegan ni al tobillo
ResponderEliminarQuerida Rebeca, hay ratos que no me cuesta, pero otros me resulta difícil hablarle. Y no me gustaría hablar para siempre a una especie de fantasma de mis deseos, porque me moriré de pena. Si no me contesta, en un momento dado me tendré que despedir de ella. A eso me refiero.
ResponderEliminarUn beso.
Marieta, hermosa, ese dolor tiene unos límites muy precisos. ¿Recuerdas que te decía que mi pequeña solo existe en mi mente y en mi corazón?
ResponderEliminarUn beso.
Y si sentara bien el hablar con esos huecos para saber si están rellenos de algo o no...?
ResponderEliminarQuizás, de esa forma, sabrías si debes seguir echando mano de ellos para consolarte o, de lo contrario... para olvidarlos, no?
Pero siempre, se hará difícil lo que decidamos.
Besos que ocupan espacio
María
Querida María, sé que algunos están vacíos y otros llenos de lágrimas. A lo único que puedo aspirar a rellenarlos... de mí misma. Creo que siempre es un error confiar en que otro ser humano, incluso un hijo, pueda suplir una carencia a nivel emocional, ya sea de uno mismo o del conjunto de la pareja.
ResponderEliminarEn otros tiempos no tuve esa idea tan clara, pero ahora soy feliz, a pesar de mis huecos, incluso aunque haya días en que la eche de menos y para mi querido náufrago sea más difícil encontrar mi sonrisa.
Gracias por tus palabras.