Hoy he vuelto a contactar con un viejo amigo al que conocí en el verano de 1992 en una estancia de dos meses en una Universidad, en California. No parece mucho tiempo, ¿verdad?. Sin embargo, recuerdo con especial cariño las charlas en las que nos enfrascábamos durante horas, en las que nos hacíamos confidencias mucho más íntimas que lo que en principio se podría esperar en una amistad tan nueva. Y es que creo que a esa edad y en esas circunstancias, los acontecimientos ocurren mucho más deprisa y las emociones se viven de forma mucho más intensa. El recuerdo de aquel verano "pesa" muchísimo en mi memoria, tanto que he llegado a la conclusión de que cambió el rumbo de mi vida. No puedo concebir mi vida tal y como es ahora sin aquellos dos meses.
Y eso es algo de lo que no fui consciente mientras lo estaba viviendo. Ni siquiera durante el año que le siguió, uno de mis huecos más dolorosos. Ha sido mucho más tarde cuando me he dado cuenta de lo que significó aquel verano para mí. Y es que los recuerdos también cambian con el tiempo. Se atemperan, se matizan, se hacen brillantes o se convierten en trampas traicioneras... o, y eso es mejor de todo, pueden llegar a mostrarnos el verdadero valor de las cosas.
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jueves, 9 de septiembre de 2010
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