lunes, 30 de noviembre de 2009

Praga

Fue en 1991, en el viaje de estudios de la carrera. Recorríamos Praga en metro, cuando todavía era la capital de Checoslovaquia. El billete valía una corona (no me acuerdo bien, pero sería algo así como una peseta) aunque no había excesivo control y mucha gente se colaba.

Recuerdo que íbamos en el vagón un grupo de cinco o seis, seguramente comentado los sitios que habíamos visto y consultando el mapa de la ciudad. Una niña de ocho o diez años que iba de la mano de su padre nos miraba con curiosidad, fijándose quizá en nuestra pinta de guiris con mochila y en nuestro idioma extraño e incomprensible.

En cada parada, una voz femenina por megafonía decía la misma frase grabada, quien sabe si en checo o en eslovaco, algo así como:

"Uconchi beristuf barastuc, icusiserá seraí".

En todas y cada una de las estaciones. Una y otra vez. En un momento dado, al acercanos a la siguiente parada, yo repetí en voz alta, al unísono con la grabación:

"Uconchi beristuf barastuc, icusiserá seraí".

Todavía me acuerdo de la carcajada de la niña al oírme. No tengo ni idea de cómo habría sonado la frase en sus oídos ni si se entendía ni media palabra, pero recuerdo haber sonreído mientras miraba cómo la cría se reía un buen rato. Ahora que lo pienso, fue la única persona de aquélla ciudad que recuerdo haber visto reír.

Montones de recuerdos de aquéllos años se me agolpan en mi extraña y caprichosa memoria, y muchos son de momentos divertidos, curiosos, de situaciones disparatadas o de lugares especiales. Pero aún así tengo que manejarlos con cuidado, porque algunos todavía tienen la capacidad de hacerme daño, como las traicioneras minas de viejas guerras olvidadas.

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