Me metí en el papel tan convincente y conveniente para ti que respiraste tranquilo, pero esa superficie sobre la que has descansado parece tan lisa y elástica solo por fuera. Por dentro las costuras se me clavan como cuchillos y la distancia no me deja respirar.
No era un buen disfraz para mí, al fin y al cabo, aunque quise creerlo y ahora que está al descubierto se me antoja pobre y ridículo, ahora que hace ya algún tiempo que desperté de esa ensoñación, ese estado de coma emocional en el que viví durante años porque solo venía bien mi risa, mi lado bueno, mi parte fácil.
Y no quiero tener que dormir otra vez para que haya tranquilidad. A pesar de la sangre y el dolor, prefiero la guerra abierta a otra inyección de sedante emocional.
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sábado, 26 de febrero de 2011
martes, 22 de febrero de 2011
París, hemos vuelto.
La disfruté más a la luz del Sol suave de aquella primavera, cuando volví después de tantos años y de casi haber olvidado la primera vez que vine contigo. Después la he recorrido más veces, casi siempre sola, pero disfrutando de sus calles, sus cafés, sus pequeños bistros, sus tejados con buhardillas donde pudimos imaginar unos meses de futuro que nunca serían posibles...
Pero esta última vez ha sido muy distinta. Por la lluvia, que no consiguió desanimarnos a pasear durante horas debajo de ese minúsculo paraguas, y por la sensación de recorrerla con alguien capaz de disfrutar de esa ciudad o de cualquier otra con la misma intensidad que yo.
Alguien que, además, es un maravilloso compañero de viaje.
París, hemos vuelto. Juntos.
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martes, 15 de febrero de 2011
París
Fue el mismo año que nuestro viaje de estudios de la Universidad, pero en esta ocasión nuestro destino fue la Oktoberfest, en Munich. Nos habíamos comprado un interrail que nos permitía viajar en tren por toda Europa durante un mes a un precio más que razonable para los menores de 26 años. Nosotros estábamos a punto de cumplir los veinte.
Llegamos a la estación de París desde Hendaya en el TGV pero todavía teníamos que esperar algunas horas para coger el siguiente tren que nos llevaría de noche a Munich. No estoy segura pero creo que ese segundo tren salía de otra estación a la que llegamos en metro. Yo vestía un chándal (sí, ya lo sé, es horrible pensarlo...) con un corte muy de aquella época, cinco tallas más grande y ajustado con un elástico en la parte de abajo de la chaqueta. Metí lo que llevaba de valor, el pasaporte, el dinero y esas cosas en una riñonera de color morado que, para evitar robos, cubrí con el chándal gigante, de tal modo que parecía que estaba embarazada.
Yo no caí en el aspecto que tenía con ese chándal y la dichosa riñonera hasta que una señora en el metro me vio de pie con cara de cansada por el viaje y, mientras me miraba la tripa, me cedió su asiento. Reconozco que no desmentí la circunstancia porque me vino de perlas, pero eso me provocó una curiosa sensación.
Obviamente en aquel momento de mi vida en lo que menos estaba pensando era en niños, igual que tú. Pero tengo un recuerdo muy claro de algo que hicimos al llegar a la segunda estación: nos paseamos por allí de la mano, yo todavía luciendo esa incipiente y falsa barriga. Y recuerdo que traté de imaginarme qué sentiría el día en que mi tripa fuera la de un embarazo de verdad.
Porque entonces, a punto de cumplir los veinte años y tan enamorada de ti como lo estoy ahora, no me imaginaba otro futuro.
Y, bueno, puede que al fin y al cabo ese futuro no sea tan descabellado...
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Llegamos a la estación de París desde Hendaya en el TGV pero todavía teníamos que esperar algunas horas para coger el siguiente tren que nos llevaría de noche a Munich. No estoy segura pero creo que ese segundo tren salía de otra estación a la que llegamos en metro. Yo vestía un chándal (sí, ya lo sé, es horrible pensarlo...) con un corte muy de aquella época, cinco tallas más grande y ajustado con un elástico en la parte de abajo de la chaqueta. Metí lo que llevaba de valor, el pasaporte, el dinero y esas cosas en una riñonera de color morado que, para evitar robos, cubrí con el chándal gigante, de tal modo que parecía que estaba embarazada.
Yo no caí en el aspecto que tenía con ese chándal y la dichosa riñonera hasta que una señora en el metro me vio de pie con cara de cansada por el viaje y, mientras me miraba la tripa, me cedió su asiento. Reconozco que no desmentí la circunstancia porque me vino de perlas, pero eso me provocó una curiosa sensación.
Obviamente en aquel momento de mi vida en lo que menos estaba pensando era en niños, igual que tú. Pero tengo un recuerdo muy claro de algo que hicimos al llegar a la segunda estación: nos paseamos por allí de la mano, yo todavía luciendo esa incipiente y falsa barriga. Y recuerdo que traté de imaginarme qué sentiría el día en que mi tripa fuera la de un embarazo de verdad.
Porque entonces, a punto de cumplir los veinte años y tan enamorada de ti como lo estoy ahora, no me imaginaba otro futuro.
Y, bueno, puede que al fin y al cabo ese futuro no sea tan descabellado...
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sábado, 12 de febrero de 2011
Siempre es peor cuando te callas
Imagen: Silencio / Silence / Silenci de Nutbcn/Raquel
A veces es duro hablar, pero quizá lo difícil es encontrar el punto justo en el silencio. Me pediste que permaneciera fuera y yo asentí mientras las palabras se me quebraban en la garganta pero pensando en todas las veces que me equivoco. Y me puse a esperar tras un muro de silencio, un silencio tuyo esta vez, para variar, pero silencio al fin y al cabo.
Y no quiero esa protección porque es la que me hace sufrir.
Es tu silencio el que me hace sufrir.
Busca tu límite, pero cuenta conmigo. Hazme tu compañera, tu cómplice. Soy buena en eso.
Y recuerda que siempre es peor cuando te callas.
viernes, 11 de febrero de 2011
Spring
Todas esas flores miran al cielo. A un cielo azul, surcado con alguna nube blanca y tranquila, de esas que solo están de paso. Hay un montón, pero ninguna da sombra a otras, como si fueran todas buenas amigas. La luz suave en la que consiste la primavera alarga sus tallos y, aunque sople algo de aire, este no es capaz de romper la verticalidad de las ganas que tienen de tocar el cielo, todas a la vez, cada una su trocito.
Hoy he vuelto a casa y me he dado cuenta de que a mi orquídea se le ha puesto una hoja amarilla. Pobrecita, ella también echa de menos la lluvia...
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Hoy he vuelto a casa y me he dado cuenta de que a mi orquídea se le ha puesto una hoja amarilla. Pobrecita, ella también echa de menos la lluvia...
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jueves, 10 de febrero de 2011
Cámara lenta
Tengo muchos de mis recuerdos empapados en un mar agridulce de razones. Y es que no aprendo a calcular el número óptimo de vueltas que hay que darles a las cosas, o sencillamente puede que sienta que toda mi realidad se mueve a cámara lenta y tengo demasiado tiempo para pensarme cada palabra o cada silencio.
Todo es denso, pasivo, pesado. Todo está quieto y callado. Todo se mueve despacio y se repite. Todo es igual.
Y echo de menos la lluvia...
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Todo es denso, pasivo, pesado. Todo está quieto y callado. Todo se mueve despacio y se repite. Todo es igual.
Y echo de menos la lluvia...
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lunes, 7 de febrero de 2011
Escalera
Otra vez cada uno de sus pensamientos se volvió de un color amargo sin que ella pudiera evitarlo, y lo único que pudo hacer con ellos fue convertirlos en palabras con un toque salado de lágrimas, sin que pudiera disimularlas en la brisa marina de la ciudad en la costa, sorprendida por un Sol impropio de la época y del lugar.
Y es que nunca había visto brillar los ojos del que estuvo enfrente cuando hablaba de su pequeña. No es que no entendiera las diferencias, más evidentes conforme pasaba el tiempo, pero lo mismo que jamás sabría qué sensación exacta se forma en el corazón cuando la noticia es igual de alegre para ambos, también sabía que nunca podría arrancarse esa espina. Nunca.
Y lo que de lejos parecía un camino naturalmente pensado para ellos, al acercarse se convirtió en una triste escalera de la que no veía el último peldaño... y se preguntó si sería capaz de empezar a subirla estando tan cansada. Tan cansada... que otra vez cada uno de sus pensamientos se le volvió de un color amargo...
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miércoles, 2 de febrero de 2011
Valientes
Pudiera parecer que cada palabra transportada por el aire o escrita en un mensaje había brotado al azar, sin un propósito claro. Se podría concluir que no lo pensaron así, o quizá sí, pero desde hacía tanto tiempo que lo sintieron como algo nuevo, imprevisto.
Él sabía que estaba solo por el color que había adquirido su reflejo, y no solo eso. Ella notaba a menudo una vaga sensación de incomodidad, como cuando se olvida un olor, o lo importante.
La vida los había mandado lejos el uno del otro, pero eso no duraría mucho cuando los dos giraron la esquina de la misma calle. Al chocar, abrieron los ojos. Y fueron valientes para seguir mirándose.
(Él recuperó el corazón de su amiga. Ella recuperó las palabras de él, y con ellas a sí misma.)
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Él sabía que estaba solo por el color que había adquirido su reflejo, y no solo eso. Ella notaba a menudo una vaga sensación de incomodidad, como cuando se olvida un olor, o lo importante.
La vida los había mandado lejos el uno del otro, pero eso no duraría mucho cuando los dos giraron la esquina de la misma calle. Al chocar, abrieron los ojos. Y fueron valientes para seguir mirándose.
(Él recuperó el corazón de su amiga. Ella recuperó las palabras de él, y con ellas a sí misma.)
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