martes, 15 de febrero de 2011

París

Fue el mismo año que nuestro viaje de estudios de la Universidad, pero en esta ocasión nuestro destino fue la Oktoberfest, en Munich. Nos habíamos comprado un interrail que nos permitía viajar en tren por toda Europa durante un mes a un precio más que razonable para los menores de 26 años. Nosotros estábamos a punto de cumplir los veinte.

Llegamos a la estación de París desde Hendaya en el TGV pero todavía teníamos que esperar algunas horas para coger el siguiente tren que nos llevaría de noche a Munich. No estoy segura pero creo que ese segundo tren salía de otra estación a la que llegamos en metro. Yo vestía un chándal (sí, ya lo sé, es horrible pensarlo...) con un corte muy de aquella época, cinco tallas más grande y ajustado con un elástico en la parte de abajo de la chaqueta. Metí lo que llevaba de valor, el pasaporte, el dinero y esas cosas en una riñonera de color morado que, para evitar robos, cubrí con el chándal gigante, de tal modo que parecía que estaba embarazada.

Yo no caí en el aspecto que tenía con ese chándal y la dichosa riñonera hasta que una señora en el metro me vio de pie con cara de cansada por el viaje y, mientras me miraba la tripa, me cedió su asiento. Reconozco que no desmentí la circunstancia porque me vino de perlas, pero eso me provocó una curiosa sensación.

Obviamente en aquel momento de mi vida en lo que menos estaba pensando era en niños, igual que tú.  Pero tengo un recuerdo muy claro de algo que hicimos al llegar a la segunda estación: nos paseamos por allí de la mano, yo todavía luciendo esa incipiente y falsa barriga. Y recuerdo que traté de imaginarme qué sentiría el día en que mi tripa fuera la de un embarazo de verdad.

Porque entonces, a punto de cumplir los veinte años y tan enamorada de ti como lo estoy ahora, no me imaginaba otro futuro.

Y, bueno, puede que al fin y al cabo ese futuro no sea tan descabellado...

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2 comentarios:

  1. Creo que este es el relato que más me ha gustado de los que te he tomado prestados últimamente... casi te estaba viendo con ese chándal, de tactel, porque seguro que era de tactel... (por cierto, voy a googlear ahora a ver qué demonios era ese tejido..) y con peinado tipo Bonnie Tyler (no lo niegues) y me has hecho sonreír... me gusta ver que esa ingenuidad adolescente sigue en ti.. y eso es precioso.

    Muchos besos

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  2. Mi querida Irulan, siempre es una alegría verte por aquí.

    Pues te diré que no tenía el pelo como Bonnie Tyler, porque entonces lo llevaba corto...

    Mi querido náufrago y yo nos reímos acordándonos y me refrescó más detalles de aquel viaje, aunque entonces yo no me habría atrevido a comentarle la sensación que describo aquí. Esa es la ventaja de tener algunos años más, algo menos de pudor y algo más de esa sabiduría tan útil que te regala la vida.

    Un beso, preciosa.

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