lunes, 7 de febrero de 2011
Escalera
Otra vez cada uno de sus pensamientos se volvió de un color amargo sin que ella pudiera evitarlo, y lo único que pudo hacer con ellos fue convertirlos en palabras con un toque salado de lágrimas, sin que pudiera disimularlas en la brisa marina de la ciudad en la costa, sorprendida por un Sol impropio de la época y del lugar.
Y es que nunca había visto brillar los ojos del que estuvo enfrente cuando hablaba de su pequeña. No es que no entendiera las diferencias, más evidentes conforme pasaba el tiempo, pero lo mismo que jamás sabría qué sensación exacta se forma en el corazón cuando la noticia es igual de alegre para ambos, también sabía que nunca podría arrancarse esa espina. Nunca.
Y lo que de lejos parecía un camino naturalmente pensado para ellos, al acercarse se convirtió en una triste escalera de la que no veía el último peldaño... y se preguntó si sería capaz de empezar a subirla estando tan cansada. Tan cansada... que otra vez cada uno de sus pensamientos se le volvió de un color amargo...
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Un abrazo para que tus pensamientos no se vuelvan de un color amargo...
ResponderEliminarOrquídea, uno quiere a los hijos por lo mucho que ha de sacrificarse por ellos. A veces envidio a la gente que no tiene que preocuparse por ellos. Sobre todo ahora que crecen y que TANTOS PELIGROS les acechan, y se me suman las canas y las arrugas de preocupaciones.
ResponderEliminarA veces las cosas no son, porque sencillamente no son. Y se idealizan.
Que todos tus pensamientos tengan color.
Besos
Gracias, Rebeca. Otro para ti.
ResponderEliminarBegoña, imagina que le estás contando a alguien que sí, que vivir en una casa está muy bien, pero que también tiene sus cosas malas, como pagar el recibo de la luz, tener que limpiarla todos los días, que te entren a robar o temer que se queme...
ResponderEliminarBien, pues ahora imagina que se lo estás contando a un indigente.
Un beso.
Te entiendo. Pero no me gusta que te pongas triste. No te lo mereces. Era eso.
ResponderEliminarBesos