Todas esas flores miran al cielo. A un cielo azul, surcado con alguna nube blanca y tranquila, de esas que solo están de paso. Hay un montón, pero ninguna da sombra a otras, como si fueran todas buenas amigas. La luz suave en la que consiste la primavera alarga sus tallos y, aunque sople algo de aire, este no es capaz de romper la verticalidad de las ganas que tienen de tocar el cielo, todas a la vez, cada una su trocito.
Hoy he vuelto a casa y me he dado cuenta de que a mi orquídea se le ha puesto una hoja amarilla. Pobrecita, ella también echa de menos la lluvia...
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viernes, 11 de febrero de 2011
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