Hace ya algunos años que ví esa película por primera vez, y me cautivó. Concretó en una historia perfecta, con personajes, principio y fin, los pensamientos y sensaciones difusas que se me aparecían de forma fugaz en ciertos momentos en los que conseguía deshacerme del pesado abrazo de la rutina y miraba el mundo con los ojos abiertos por un instante.
Para mí esa historia fue y sigue siendo una forma de preguntarme cómo podemos llegar al punto de tener la sensación de despertar de un coma después de veinte años de nuestras vidas. Qué es lo que nos adormece y hace que los días, los meses, los años pasen sin que hagamos nada especial, digno de ser recordado. Por qué nos construimos tan laboriosamente jaulas y después anhelamos escapar de ellas. Por qué queremos que llegue la hora de salir del trabajo, o el viernes, o las vacaciones, y mientras tanto pasamos la mayor parte del tiempo haciendo algo con lo que no disfrutamos. Por qué nos sentimos a veces tan solos.
Pues bien, creo que dejar pasar la vida así es un error de planteamiento que de vez en cuando, igual que Ricky Fitts hacía con su videocámara, debo recordarme a mí misma, y es que la felicidad, la belleza está detrás de cada pequeño detalle, cada pequeño momento, cada leve sensación como una caricia, cada nota de la música que oímos. De cada palabra y de cada sonrisa. Toda la belleza posible está ahí, ante nuestros ojos, si somos capaces de verla. Que podemos elegir no quedarnos a contemplar sin más desde la playa la superficie del agua, sino acercarnos y mirar más detenidamente el fondo con su textura de granos de arena y trocitos de concha y apreciar los reflejos del nácar, y notar en los tobillos la temperatura del agua mientras inspiramos la suave brisa salada que nos regala el océano. Esa capacidad está en nosotros independientemente de que sea un martes de invierno o un viernes de verano, que estemos aquí o al otro lado del planeta. Y la mejor explicación a esa evidencia la encontré en esa película, en lo que Ricky le explica a Jane mientras ven cómo una bolsa de plástico baila como un niño pequeño pidiendo jugar.
Lo malo es lo rápido que se nos olvida, lo pronto que nos acuna la rutina y volvemos a pasar los días como en una ensoñación, sin dejar huella, sin profundidad, sin ver, sin sentir, sin mirar, sin mirarnos y asombrarnos de lo que vemos.
American Beauty 3:07