No es un día especialmente soleado, pero se está bien. Estoy sentada en la playa que conozco desde hace tanto, mirando un mar que va y viene tranquilo sobre la orilla mientras canta el rítmico sonido de las olas. Sopla algo de brisa que me acaricia la piel, me enreda el pelo, me besa levemente las mejillas con pequeñas ráfagas a su antojo. Todo está en calma.
Me hago consciente de ese lugar a donde han ido mis pensamientos mientras vuelvo de la noche, todavía con esa deliciosa sensación de sueño dulce y cálido en mi cuerpo. Porque es mi cuerpo el que está en calma, por fin. Después de muchos días, esta noche he podido descansar. Siento mi cuerpo relajado entre las sábanas de mi cama, y gracias a eso también siento mi corazón latiendo pausadamente dentro de mi pecho y mi mente tranquila disfrutando de la playa donde sopla el suave viento.
Todavía con los ojos cerrados se me dibuja una sonrisa en la cara, aunque en realidad es todo mi cuerpo el que está sonriendo. Y eso era lo que necesitaba. Eso, y el aroma del café del desayuno.
sábado, 8 de agosto de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Realmente el cuerpo es el espejo del alma.
ResponderEliminarCalma, serenidad,y paz con uno mismo es el
alimento esncial que cualquier alma necesita a diario.
Luz Tenue