
Las contemplaba y sentía que me perdía en la inmensidad del Universo. Una inmensidad de la que jamás me podría hacer consciente, un cosmos tan enorme que me resultaba absolutamente inconcebible. Un océano de espacio y de tiempo. Sentía que mi mente se ensanchaba hasta su límite en un intento inútil de abarcarlo, y notaba mi corazón latiendo deprisa ante tanta belleza; mi corazón, compuesto por átomos que un día se cocinaron allí arriba, en hornos estelares a temperaturas imposibles, un corazón formado por auténtico polvo de estrellas.
Y después, en un momento dado, dejé de mirar hacia arriba y todo mi mundo se hizo mucho más pequeño. Dejé de pensar en esa inmensidad, dejé de sentir esa belleza. Y sé por qué ocurrió: dejé de tener con quien compartirla. Ya no hubo nadie a mi alrededor que se maravillase ante ella, y acabó quedándose atrás, aletargada en el archivo de sensaciones pasadas.
Buscaré una noche clara y cálida, e iré a tumbarme sobre la hierba a reencontrarme con el Universo. Y me encantaría que compartieras ese momento conmigo.
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Me gustaría saber si eres tú la que se maravilla contemplando el Universo, o si es el Universo el que se maravilla contemplandote.
ResponderEliminarLeyendo ésto a estas horas de la madrugada se me escapa una sonrisa. Una pena que hoy la noche no fuese cálida, que la contaminación lumínica fuese tan intensa, y no haberte leído antes.