Hoy le decía a mi mejor sólo-amigo que la mente puede ser muy lógica y racional, pero que a veces tiene mecanismos perversos que nos juegan muy malas pasadas. Lo comprobé cuando dejé de fumar, hace años. Me fui preparando unos meses antes, tomé la decisión y lo hice, y es de las mejores decisiones que he tomado en mi vida. Pero recuerdo que alguna semana después de dejarlo, cuando todavía notaba las ganas, en mi mente se formaban pensamientos por sí solos, del estilo a "¡bah! si tampoco fumaba tanto, total..." o "¡uf! no sé si merece la pena pasarlo así de mal, total, si sólo eran unos pocos al día...". Aquellas vocecillas desaparecieron con el tiempo, pero se me quedó grabado cómo una sustancia adictiva puede hacer que la mente busque y forme por sí sola argumentos, justificaciones, razonamientos totalmente perversos y dañinos.
Y me temo que algunas situaciones por las que atravesamos durante nuestras vidas tienen ese mismo efecto. Es increíble que la mente pueda acostumbrarse a situaciones que contadas a un nuevo espectador pongan como mínimo los pelos de punta. Cómo consigue poner en marcha el mecanismo que baja el volumen de nuestras alarmas, que relativiza la importancia de ciertas palabras, que simula atenuar los efectos de estas últimas.
Mi mejor sólo-amigo me ha dejado hablar, y después con una sonrisa me ha dicho lo que necesitaba oír. Le adoro.
martes, 4 de agosto de 2009
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