Paseo por las calles de otra ciudad que no es la mía, una ciudad perfumada con el olor a agua salada que tanto me gusta. Hace sol, pero no mucho calor, el día perfecto para disfrutarlo con amigas entre charlas, pinchos, cerveza y algún que otro escaparate.
Caminan y conversan a mi alrededor, pero mi mente está casi todo el rato en otro lugar, mi corazón definitivamente se me ha perdido y en mi cuerpo se ha instalado un malestar casi permanente, y todo ello se hace evidente en mi expresión. Intento centrarme y disfrutar, participar en la conversación, pero me resulta imposible. Mi Ángel de la Guarda me mira con preocupación. Asomadas a la barandilla del paseo marítimo, después de pasar un rato en silencio mirando al horizonte azul, me dice:
- Qué paz da escuchar el sonido de las olas, ¿verdad?.
Creo que más bien el sonido de las olas manifiesta la paz que uno tiene, cuando la tiene. Y yo ahora no la tengo. No la tengo, sé que la tendré, pero ahora no. Y me hace tanta falta...
domingo, 23 de agosto de 2009
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